jueves, 4 de mayo de 2023

El bote 3

 El bote 3


Cuando sus padres supieron que sería una niña con síndrome de down, no dudaron en llevar a delante el embarazo. A esa niña no le faltaría cariño, ni recursos. Harían todo lo que se pudiera hacer.

Se informaron. Había esperanza. 

Cuando Emma llegó fue un regalo. La abuela fue a vivir con ellos. Ella podía dedicarle toda la atención del mundo, según afirmaba. Los hijos mayores no necesitaban tanta atención. 

No se pueden hacer planes de futuro, haces cuentas y te salen rosarios, según decía la abuela.

Primero el padre. Su muerte sumió a su madre en profunda tristeza. Suerte de la abuela que aguantó y fue soporte. Su yerno, aunque buena persona, no había previsto una circunstancia semejante. Económicamente quedaron cojas. Eso llevó a la madre de Emma a hacer jornadas de más de ocho horas. Trabajaba en la sanidad y podía hacer noches sumadas a jornadas de día. Cogía todas las que le ofertaban. Con ello llegaba dinero a casa. La abuela mantenía el orden y cuidado familiar.

A su sueldo se sumaba una paga de viudedad y de orfandad de sus hijos.

Emma obtuvo la mejor educación posible e integración. Tanto que en su dieciocho cumpleaños se valoró positivo que tuviera su propio domicilio. Se aconsejó favorecer su autonomía. 

La supervisión familiar, mientras viviera la madre estaba asegurada. El problema se planteaba desde el momento en que ella no estaba. La abuela hacía un tiempo que vivía en una residencia. Con ella no se contaba.

Las capacidades de Emma permitían que viviera sola porque se valía. 

Hubiera ido bien una persona cerca, como lo estaba su madre. Su apartamento estaba en un edifico de la misma calle, a pocos pasos de la vivienda de la madre. Su hermano y hermana no estaban cerca. 

La hermana, con buen criterio la quería con ella, pero su vivienda era muy reducida. No disponía de una habitación para Emma. Tampoco sabía nada de los reparos de la pequeña respecto a su marido. Sí que Emma nunca le tuvo aprecio, ni a él ni a su hijo. Lo achacaba a celos. Suponía estaba tan mimada que no los aceptaba.

Julio y Lara buscaron asesoramiento. Se reunieron con una asistente social. Ellos y Emma, para que se la pudiera valorar.

En la valoración se les ofreció una compañía, una chica en prácticas. Una estudiante.

_Nos ha dicho la asistente social que puedes quedarte en tu apartamento si lo compartes. Vas a conocer a una chica. Si te cae bien y quieres, ella viviría contigo. Igual os hacéis amigas. 

_¿Por qué tengo que vivir con una chica?

_Sola no puedes estar. No quieres venir conmigo. ¿Qué podemos hacer?

_Le alquilarás la habitación pequeña. Pondremos un sofá cama en ella. Así seguirás teniendo tu habitación. Ella ocupará poco, porque sus cosas seguirán en casa de sus padres. Es estudiante. No podrá traer a tu casa a nadie que tú no apruebes. Con lo que aporte te ayudará en los gastos. Ya sabes que Julio es el que lleva tus cuentas. Nunca te faltará para tus gastos. Por eso no te preocupes. No es bueno que no tengas a nadie cerca. Espero que os llevéis bien. Ya verás. Te alegrarás de compartir. Mucha gente joven vive con otros de su edad. Por lo menos inténtalo.

_Bueno. 

_Te parece bien.

_Lo intentaré.

_Ya sabes que estoy para lo que necesites. Si tienes dudas hablamos.

_Vale.

_Ahora marcho, que tengo que recoger a tu sobrino. Si quieres acompañarme.

_Para nada. Vete. A ese no lo aguanto.

_No será para tanto.

_Es que tú no ves. Los tíos son insoportables. No sé cómo puedes vivir con ellos. A mí es que me darían arcadas.

_Déjalo estar. 

Lara abrazó a su hermana y marchó. Con cierto pesar, porque le hubiera gustado ver a su hermana de otra manera, pero no cambiaba. Recordaba el enfado que cogió cuando le presentó al que hoy era su marido. Y cuando decidieron casarse. Y cuando nació su hijo. Siempre con cara de malos amigos. No sabía cómo podía cambiarlo. Emma no tenía filtros. Lo que amaba y quería lo manifestaba y lo que rechazaba también. Muchas veces pensó en esos celos. No entendía porqué no cambiaba al respecto. Al principio creyó que aceptaría y que incluso se encariñaría con Nacho, pero no. Parecía que cualquier gesto de él hacía su hermana conseguía el efecto contrario. Lo habían hablado. No había forma de cambiarlo. Emma lo rechazaba. No dejaba que se le acercara.



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